
Mirando el calendario me asombro del paso ligero del tiempo. Al dolor se me ha juntado la pandemia, sí, el famoso COVID-19 que lejos esta de ser historia.
Parece que fue ayer que pasaba mis noches de juventud esperando a que llegaras. Ya son dos años de rememorar de forma casi enfermiza todo lo que me recuerda a ti. Cada recuerdo es un llamado de mi memoria a no olvidarte, a recordar quienes éramos y en que nos convertimos. Siempre me sentí tu redentora, siempre responsable por los dos. Tuvimos una vida cómoda pero no sin contratiempos, demasiados que hoy me sorprende que olvidara tantas cosas y me duele aun que tu vida fuera tan difícil de sobrellevar.
Son hoy dos años desde que falleciste en un frio hospital de la cuidad de Miami. No puedo evitar revivir ese trágico sábado cuando me desperté con varias llamadas perdidas. Sola, sentada en mi cama pensando en todo menos en escuchar a mi padre decir “Oscar murió anoche”. Podría asegurar hoy que los recuerdos son borrosos y distantes, todo lo contrario, son claros y dolorosos aún.
Hubo un tiempo en que te recuerdo feliz, libre y fuerte. Jugábamos sin parar en el patio de Vizcaya (nuestro barrio) rodeados de nuevos amigos, encantados con el nuevo cole, esperando inquietos a que papa llegara de sus largos viajes por Colombia y nos trajera regalos, nos pusiera el día de sus aventuras por la carretera y de las dificultades de acceder a las repetidoras. ¡Nuestras eternas peleas y chillidos! Recuerdo que hacían a nuestra amada “Anita” salirse de sus casillas y amenazar con llamar a mama si no nos comportábamos. Me veo irascible e impaciente y a ti bienhumorado y pícaro. Ver crecer a mi hija, me trae inevitablemente recuerdos de nuestra infancia que me transportan a alguna anécdota o vivencias donde siempre estas ahí conmigo.
Éramos agua y aceite, pero ante las adversidades que hoy parecen invisibles nos teníamos el uno al otro con un amor incondicional. Tu, amigo leal, sensible y alegre, yo, introvertida, seria, leal pero irreconciliable. Crecimos y nos perfilamos felices hasta aquel jueves santo en que la vida nos cambio, ya nunca fuimos los mismos. Sobrellevamos un dolor que solo nosotros sabemos su extensión, y asumimos un rol que nos quedo grande. Mirando hacia atrás entiendo que el dolor nos transforma, en mi caso, me endureció a tal extensión que deje de ser tu redentora y de sentirme responsable por los dos. Nos alienamos en un dolor insoportable ante una situación compleja e incompatible con la difícil adolescencia. Venían cosas mas duras aun…
Lo que paso luego nos hizo finalmente huir y refugiarnos en nuestros mundos. Te deje ir aunque nunca sin esperar a que regresaras, noches enteras en vela. Tu refugio entonces y al que constantemente acudirías, seria el que finalmente te arrebataría la vida. Nos caemos, o a veces nos empujan, y nos hacemos mas fuertes o mas sensibles. Yo me deshice y quise huir. Tu, por otro lado, mas sensible y tozudo, te resististe como un muro inamovible que recibiría mas golpes de lo que podría soportar. Serian muchos años después cuando recodaríamos estos difíciles momentos y cuando entendí lo mucho que habías aguantado, lo ajena que era yo a tanto rencor y, para mi sorpresa, la gran parte de culpa que me atribuías.
Logramos llegar a una tregua. Como adultos volvimos a ser “los hermanos Vanegas” y a compartir muchas de esas cosas bonitas que nos unían. Salimos poco a poco de hoyo y empezábamos finalmente hacer nuestras vidas al margen de aquella amargura y tristeza que protagonizo nuestra juventud. Al menos eso pensaba yo. Huimos de allí e hicimos vidas en distintos paraísos. El tuyo, tropical al lado del mar, poco te llamaba el frio. El mío, frio y cosmopolita, poco me gustaba la playa y el calor “caribeño”. Miami y Toronto fueron nuestros nuevos hogares, nos rodeamos nuevamente de gente maravillosa que sé a ciencia cierta que te hicieron verdaderamente feliz durante estos años. Sin embargo, hace falta mucho mas que gente maravillosa y paraísos terrenales para sobrepasar el dolor.
El dolor de toparnos al final también con personas que sin poder definir como perversas sí se les pude calificar de egoístas, astutas y avaras que, sin querer hacer daño, en su propia incapacidad de un sentir de familia y en su falta total de empatía hacia los demás nos causaron mucho daño. El deber de socorro es un sentir básico de la mayoría de los seres humanos, no actuar ante el sufrimiento y el dolor del prójimo, es igual o peor que hacer el mal. Tu y yo asistimos a una puesta en escena donde la ausencia de empatía y cariño protagonizo una importante parte de nuestra historia. Cuando estábamos desgarrados, precisábamos ayuda y afecto el destino nos abandono ante la desafección y la sordidez de quien se impuso a la bondad de nuestro confiado guardián. Nos derrumbamos del todo. Yo, logre poner tierra de por medio y seguir. Tu, mi amado hermano creo que no.
Pasaran los años y seguiré recordándote cada día, celebrare tu vida y disfrutare, al no tenerte aquí, de los recuerdos contigo por siempre. Entiendo que algún día será menos doloroso y que finalmente solo sonreiré de verte en mis sueños y en mis recuerdos. Hoy, dos años después solo logro que las lagrimas caigan en cascada y que el pecho se me oprima de dolor, no me acostumbro a que no estés. No supero que sufrieras tanto en silencio, ni tampoco no saber que te ibas tan pronto. Siento inmensamente no haberte abrazado mas, y mas fuerte. Te amo Bro! Hasta siempre.
