De la realidad no queda sino soñar… un desastre es lo que vivimos los ciudadanos hoy en día, un mundo irreal en donde como en un cuento de ciencia ficción lo que es inimaginable que pase, pasa.
No sé si todos los seres humanos somos consientes que estamos experimentando un cambio en la manera como se hacen las cosas, por no decir que todos percibimos que el mundo está al revés. Mucha cosas cambian y mejoran mientras otras tantas simplemente se van a pique. Es el caso de de la reacción ciudadana, o más bien humana, a la injusticia. Tal vez me equivoco y siempre ha sido así y es sólo que ahora esta reacción a lo injusto se percibe con menos fervor por el hecho de no leerlo en un libro de historia sino de simplemente vivirlo.
¿Por dónde empezar? No es fácil. Sin embargo, lo mejor sea decir primero, que no es sencillo aceptar que después de siglos de lucha hoy tengamos que despedir al estado de bienestar porque nos hemos convertido en un mundo conformista, facilista, consumista y mediocre (me incluyo, claro), donde el mínimo (o el máximo, da igual) malestar sólo es acreedor a una tarde de alaridos y quejas entre amigos y familiares. Un mundo, donde no existe coherencia ni perseverancia en la lucha por mantener todos aquellos beneficios por los que muchos de nuestros antepasados han peleado a muerte.
Es un mundo donde la comodidad nos arrebató la inspiración, no sólo para luchar sino para alcanzar sueños pequeños e individuales.
La vida hace que hoy me halle en un lugar en donde es imposible no indignarse. Un lugar en donde una dictadura parece haber desdibujado la realidad de muchos y los sueños de millones. Un lugar donde la desfachatez se viste de traje y donde mucha gente aún no ve claro lo que está bien y lo que está mal. No existe paraíso para estar, siempre encontramos un “pero” (especialmente yo); aunque es verdad que algunos rincones del planeta (como España) nos inspiran más felicidad y menos inconformidad. Igual, casi nunca estamos satisfechos. Pero es tal vez, menos malo digo yo, no estar conforme con lo que pasa alrededor y opinar, al menos dedicarle unas líneas o una salida a la calle (así no grites), a simplemente conformarse y oprimir el botón de “apagar”.
A lo que nos enfrentamos hoy es a un mundo globalizado que se rige por estándares económicos que sólo un reducido número de personas entiende, que enriquece al mismo número de personas y que empobrece al resto del mundo. Teniendo esto claro, es importante razonar que a pesar de ello no toda la culpa de la crisis recae sobre éstos ya que, aunque el mundo funcione bajo parámetros en donde el mercado y la economía juegan un papel protagónico, hace falta un ingrediente más para ver fracasado el estado de bienestar.
El Estado, especialmente el democrático, cuenta con individuos que conocemos como políticos y que “en teoría” son personas capacitadas, que cuentan con un perfil académico y moral suficiente para representar a los ciudadanos, administrar los bienes públicos y proveer a los ciudadanos con bienestar. Es decir, son los responsables de la gestión (en lo posible eficaz) de los bienes públicos y de velar por el interés general del pueblo, que debe ser siempre anterior al propio. Cuando estas personas no sólo no cumplen con los anteriores requisitos sino que se definen por su incompetencia, prepotencia, corrupción, populismo, sectarismo y demagogia, descubrimos que culpar a la “economía, a la especulación, al sistema de mercados, al capitalismo o al neoliberalismo” de lo que pasa el día de hoy es incorrecto. Sin embargo, cabe la posibilidad que la combinación de modelos económicos inadecuados, sistemas políticos viciados, avaricia y especulación sea mortal para la sociedad y la razón de que se de una ruptura del bienestar.
Actualmente, la economía es un ingrediente elemental, si hablamos de las causas de la crisis mundial, pero la gestión (nula) de las élites políticas de unos cuantos estados es la causa principal del quiebre de lo fundamental en una democracia: “el pacto social”. Es la razón, además, por la que muchos países se encuentran en una situación insostenible.
España, vive unos de sus peores momentos en la historia de la democracia. Es irrelevante qué partido político opera, basta con decir que es parte de una casta única en su especie, que por desgracia cuenta con mayoría absoluta en todo que lo legitima a hacer y deshacer como le plazca, que tiene cero respeto por los ciudadanos y por la oposición (otra casta inútil pero menos extrema), que espira superioridad y prepotencia, que siente su existencia superior, que protagoniza los escándalos más obscenos de corrupción, que reunidos no parecen representantes del pueblo sino miembros de un club privado, que gran parte de sus representantes no cuentan con educación media pero sí con amigos y familiares militantes, que no tienen la más mínima sensibilidad social, y sobretodo que no velan, en lo absoluto, por los intereses de los españoles sino por los propios.
En tiempo récord, al margen de la crisis y de las exigencias de la Unión Europea, el nuevo gobierno ha logrado arrebatar a los ciudadanos siglos de reivindicación de los derechos del hombre y del ciudadano. En nombre de la austeridad (que jamás ha llegado a ellos) han despojado de la manera más vulgar al pueblo de los mínimos estándares de bienestar arguyendo la necesidad de sacrificio por parte de éstos (los menos afortunados) para poder superar la recesión.
Mientras tanto, a cambio de insultos, golpes y represión se intenta acallar a los pocos (pues deberían ser muchos más) que expresan su descontento en las calles, a quienes son consientes de la situación y que están dispuestos a “arrimar el hombro”, empero, piensan que los recortes y las medidas en general son injustas y que se puede claramente hacer algo distinto para afectar menos a la clase baja y media. Por ejemplo: recortar los sueldos a los diputados y a todos los que ganan más de cinco mil euros por no hacer nada, reducir las ridículas dietas de éstos; aumentar los impuestos a los grandes empresarios, limitar el pluriempleo entre los políticos que sólo genera acumulación de pagas extras por no ejercer ningún cargo bien, abolir las pensiones vitalicias o los cargos vitalicios u honoríficos que exhorten una paga innecesaria, moderar el dinero público que roban, etc.
Desafortunadamente la coherencia no se aplica siempre ni a todo ni a todos, no sólo aquí sino en muchas partes del mundo.
Es importante concienciarse de que hay mucho por hacer por una sencilla razón: somos nosotros quienes sostenemos a la élite política, quienes los elegimos para que nos representen, gracias a los ciudadanos ellos están donde están. Si no cumplen, debería bastar con salir a la calle y exigir la dimisión de todos, ¿no? Pues sí, sin embargo, aunque parezca increíble la gente no sale a la calle, al menos no la mayoría como debe ser. Muchas personas piensan que lo que pasa no es malo, sino merecido y a otras tantas les da igual, o peor aún piensan que no hay otra opción.
Nos hemos convertido en seres cómodos porque no salimos a defender lo que nos pertenece; en insensatos porque no nos enteramos de lo que pasa y sin embargo lo aplaudimos, y en egoístas porque nos da igual lo que pase alrededor: aplicamos la filosofía de “si yo estoy bien, me importan poco o nada los demás”.
El gran problema que muchos no ven es que al final del camino esta injusticia nos perjudica a todos, excepto claro, a los honorables miembros del club “Políticos Pringosos”, «Partido Prepotente» o «Políticos Pobres». Aún no logro descifrar las siglas PP.
