Reseña, capitulo de la obra de Javier del Rey Morató, «Comunicación política, Internet y campañas electorales». De la teledemocracia a la ciberdemocr@cia, ED. Tecnos. Madrid.

La cuestión del manejo no racional del público votante, especialmente en lo que tiene que ver con campañas políticas y candidatos presidenciales, se incorpora en la obra de Morató como una verdad a gritos. De manera locuaz los actores políticos se caracterizan por fusionar su carisma y su prosa en prelación a resultados favorables en sus campañas. Con unas buenas clases de actuación, con ayuda publicitaria, con un buen manejo de los medios (en  especial las cámaras de televisión) y obviamente con buenas relaciones, se puede hacer posible el sueño de llegar al poder, de gobernar una nación como Francia, EE UU o Gran Bretaña. A partir de la década de los años 70 y con un notable auge a finales de los 80 y el total de la del 90,  el autor afirma: el mensajero se impone al mensaje, lo que el candidato es resulta más relevante que lo que el candidato dice. Es entonces cuando el “juego de lenguaje” se posiciona como factor perentorio en la lucha por conseguir el poder, se valen del lenguaje para conseguir sus fines.

El artículo nos menciona que entorno al líder político se mueve un fenómeno llamado “personalización del poder” que posee dos dimensiones que Schwartzenberg define como, objetiva y subjetiva. La primera, recuerda que el individuo, el líder político, representa las instituciones, que es la persona en la que se concentra todo el poder; la segunda por otro lado, es de naturaleza psicológica en donde el personaje encarna al Estado y a la nación.

El autor, Javier del Rey Morató, en el capitulo 11 analiza varias de  las campañas electorales, en la Unión Europea, en EE UU y en América latina, y distingue su similitud y afirma que en cierta medida son predecibles. En varios de los ejemplos, como el de Mitterrand en Francia y Kennedy en EE UU, se ve que los candidatos surgen como actores profesionales que se valen de ciertas jugadas con el fin único de persuadir al público. Incluyen entonces en el discurso, apartes de su vida personal, valores religiosos y familiares, rutinas, origen familiar y hasta alguna experiencia laboral, como fue el caso de Blair quien en Edimburgo recordó que había sido “barman” en un Pub de París. Humanizan el discurso para embestir la parte sensible del votante, dejar de ser aquel lejano gobernante en un lujoso palacio, para convertirse en un miembro más de la familia, aquel amigo fiel que  administrará como se debe su bienestar.

Los juegos de lenguaje son en contexto concebidos como principios  de argumentación, que en apariencia le brindan la oportunidad al ciudadano de conocer al candidato y asimismo defenderse de ser manipulado de cualquier malintencionado político. El discurso epidíctico, como lo describe en el texto, permite al ciudadano adherirse al discurso del candidato que más lo emocionó, aquel que lo conmovió; desalentando aquella fuerza racional que se pueda resistir a creer en él. Y es en ventaja a que humanamente es imposible desligar la razón del sentir  que los políticos utilizan este tipo de discurso para ganar adeptos que consecuentemente lo llevaran al poder, y por ende debilitaran la imagen del opositor. Finalmente Morató incluye en las generalidades y eficiencias del discurso, el humor, que aparentemente resulta muy eficiente, más que un buen plan de políticas públicas y gestión.

Para concluir, parece que el dicho de que “cada sociedad tiene el gobierno que se merece” cabe en el nuevo estilo de hacer política. Es en definitiva más importante el carisma y el discurso populista que nada incluye y que sólo desdibuja la democracia y dibuja perfectamente una cara (la del caudillo de turno), que la verdadera política y el verdadero gobernante, con bagaje, talento e ideas perennes. Es, tal vez, la mezcla de todo en una nueva estrategia exigida por la misma evolución de la sociedad, que precisa cada vez más de emociones y sentimientos en un mundo regido por la razón. Por motivos varios, esta sociedad ahora urge de valores, aunque sean falsos, de verdades, aunque sean a medias y de hechos, aunque sean atroces. No es fácil hacer política ni fortalecer democracias, por eso resulta tal vez más cómodo manipular las masas y crear personajes de Hollywood que gobiernen una sociedad indiferente y facilista.