Hace unos días abarcamos el tema de integración latinoamericana en la cátedra de Diplomacia Contemporánea y no he podido dejar de imaginar cómo sería nuestra vida si lográramos dicha integración. Desafortunadamente, a pesar de intentar responder a esta cuestión con sinceridad no logro sacar de mi mente las ávidas y contundentes palabras del Doctor Vieira, quien sin negar las intenciones del proceso, descarta la viabilidad de tal acercamiento a nivel regional. Los argumentos son sencillos: la integración es un proceso real más que económico y político que requiere compromiso y sacrificio, algo que hasta el momento ningún país ha asumido honestamente.
El “inédito” acercamiento entre los países latinoamericanos en los últimos años se ha visto opacado por las constantes contradicciones que a nivel político existen entre algunos de los estados. El latente caudillismo en Latinoamérica es un obstáculo irrebatible en el proceso de integración, pues eleva por encima del bienestar colectivo las iniciativas, ideologías, posiciones y caprichos de los representantes del Ejecutivo, quienes no van más allá de un discurso populista en pro de su propio ego y muy en contra del avance y la prosperidad de la región.
Paradójicamente, lo que según los expertos debería ser un proceso más sencillo que el cursado por la Unión Europea se vislumbra en la realidad una empresa quimérica, pues no en vano Latinoamérica es una región con tan sólo dos idiomas oficiales y con muchos menos contrastes culturales y raciales que Europa. Aquel sueño de Bolívar, debido a tantas divergencias políticas e ideológicas, lejos está de superar los numerosos y fallidos intentos de llevarse a cabo en espacios como la Asociación Latinoamericana de Integración, la Comunidad del Caribe, el Mercado Común del Sur, la Comunidad Andina, la Unión de Naciones Suramericanas entre otras, que nacieron absorbidas por el vigor integracionista, que han asumido como fin único enfrentar los problemas de desarrollo y los desafíos de un mundo cada día más globalizado y que al final han fracasado por falta de coordinación y diversidad de objetivos.
Para la integración es necesario un mejor entendimiento y compromiso por parte de los dirigentes de cada país, que los estados miembros antepongan a los intereses individuales un sentimiento de unidad y de bienestar común, y una predisposición de equilibrar las economías emergentes para llegar a competir equitativamente con las grandes potencias.

